18.3 C
Petrel
miércoles, 1, mayo, 2024
spot_img

La mirada de Luís

La mirada de Luís

 Cuando Luis1 me comentó a principios de verano que andaba preparando una exposición de fotografía, como aficionado al octavo arte, pude haberme calzado las gafas de leer pixels y enfrascarme en análisis técnico de las imágenes que ya iba desgranando.

Que si encuadrar aquí o allá, que si los tercios, que si la proporción áurea, enfoques, contrastes, nitidez, rango dinámico o qué se yo. Por fortuna, frené a tiempo y evité meterme en el charco. Me asomé a la orilla y entonces me di cuenta de que aquello era más profundo de lo que parecía y seguro que por ese camino hubiese naufragado.

 
Gracias a otros amigos que saben mucho más de todo esto que yo, que tanto me han enseñado sobre el manejo de la luz para moldear bellas estampas, mi mirada está algo viciada a mirar con lupa y ha perdido la relajación que produce la mera contemplación sin juicio. Recapacité y me percaté de que estos procedimientos de manual no son ni más ni menos que herramientas, utilísimas herramientas.

Sin embargo, lo importante es lo que se hace con ellas. Detrás de estas, existe una inquietud, un propósito del alma que necesita manifestarse. Al fin y al cabo, esto es el fundamento primordial, el germen primigenio del que nace una obra. Recordé, no sin cierta nostalgia, una película interminable e hipnotizante de Theo Angelopoulos, La mirada de Ulises.

En ella, el protagonista buscaba unas cintas filmadas por pioneros de la cinematografía con el afán de conectar con esa mirada original, primaria de quienes no disponían de más sofisticación que el propio artefacto que permitía registrar, y así perpetuar, recuerdos que antes se hubieran volatilizado.

 
Y ello, en fin, es lo que me cautivó de la visión de Luis a través de sus instantáneas, la pureza de la mirada de quien se sirve de la mínima industria con tal de plasmar ese instante mágico que atraviesa el espíritu del sujeto creativo como un relámpago, ese momento en que uno siente estar en comunicación trascendental entre dos mundos, el palpable, formado por partículas subatómicas, y el de lo sublime, desde el cual toda materia no es más que la sombra de la luz.

Ese trance por el que artista es artista, porque obedece casi como un autómata a los dictados de una fuerza invisible y se sirve del aparejo que más a mano dispone para tratar de trasmitir su asombro y su conmoción. Cada imagen de la exposición que pudimos disfrutar hace unas semanas recoge y proyecta ese momento en que una chispa salta para comunicar lo corruptible con lo eterno.


1.
Luis Navarro Sala, Mirando lo diminuto y lo inmenso, Sala d’exposicions Vicente Poveda.

otras noticias

siguenos en

6,426FansMe gusta
1,740SeguidoresSeguir
1,047SeguidoresSeguir
- Anuncio-spot_img
- Anuncio-spot_img

LO MÁS LEIDO