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lunes, 6, mayo, 2024
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Ante la emblemática sierra del Cid

Ante la emblemática sierra del Cid

Cuando abrí la ventana se coló de golpe una mañana fresca y radiante que para mí fue una provocadora invitación a la que no pude resistir. No lo dude un instante, me puse el chándal, las cómodas zapatillas, guantes de lana y un viejo chaquetón amigo de muchos años que soy incapaz de desechar. Antes de salir de casa, degusté un carajillo, como fiel compañero de andanzas para sentir en la cara el vientecillo recién llegado de la sierra del Cid.

Aspiré suavemente el frescor matinal y di un largo paseo por el camino de la huerta de Ferrussa, observando bajo la arboleda a los gorriones como disfrutaban de un día soleado, aleteando sus alas para recoger las migas de pan que les iba esparcido en su proximidad. Cerca de allí había una pareja de perros jugueteando, amenazándose entre gruñidos, correteaban ladrando alegremente, mientras sus dueños les observaban embelesados con una acentuada sonrisa.

Continué mi camino, acelerando el paso hasta llegar a la Chabola del Forestal, de repente me crucé con una jovencita que corría ritmicamente dándole el sol a la sonrisa con unos buenos días. Una mañana azul que conseguía sentirme ágil, dinámico, donde mi cuerpo respondía en estímulo ejercitado de aire sano y puro con un sol que me parecía una caricia. Qué fácil es sentirse comunicativo con los demás cuando las sensaciones percibidas son las mismas ya que ambos estábamos disfrutando de la sencillez de un paseo matutino, con componentes que nos ofrece la natura con un aire limpio y un calor que nos regalaba los rayos del sol y con un trinar alegre de los pájaros, donde predominaba la belleza del paisaje invernal vestido de los colores ocres y amarillos en las hojas que tapizan el suelo.

La emblemática sierra de El Cid tan próxima a nosotros, estaba al alcance de nuestra vista, rematando el paisaje y las cumbres cubiertas de nubes agrisadas que al atardecer se vuelven doradas o enrojecidas. Observé que no hay un minuto, igual a otro en esta transformación constante de los colores.

Camino de vuelta a casa, desabroché el chaquetón y prescindí de los guantes y sin apenas darme cuenta empecé a sonreir sabiendo el motivo. Disfruté de un tiempo que ha servido para mantener el cuerpo flexible y he sido partícipe con la naturaleza de gozar libremente de su belleza, compartiendo instantes de regocijo con los pájaros, la alegría de los perros, de ensanchar la vista en la lejanía o de observar la proximidad de las pequeñas cosas y de compartir gratuitamente lo que realmente tiene verdadero valor en la vida.

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