La producción cerámica singular de Petrer: el botijo gallo
Por: Ismael Carratalá Ibáñez y Fernando Tendero
Sabías que Petrer tuvo una destacable industria alfarera desde
mediados del siglo XIX hasta mediados del siglo XX? Posiblemente
hayas oído hablar a las personas más mayores sobre esta actividad
que dio de comer a muchas familias de nuestra localidad antes de la
llegada de la industria del calzado, pero vamos a conocer un
recipiente que se produjo durante esos años aquí y que tiene una
forma muy llamativa: el botijo gallo.
El barro con el que elaboraban
estas cerámicas seguía el mismo proceso de preparación que aun
podemos contemplar hoy en día en la vecina Agost, consistiendo en
una mezcla de arcillas muy depuradas y un alto contenido de sal, que
otorga un aspecto blanquecino y unas propiedades especiales para la
conserva del frescor del agua en su interior que le han merecido el
nombre popular de “cerámicas de verano”.
En el caso de Petrer,
la arcilla tenía una calidad extraordinaria, y así se recoge en
diversas fuentes como Jiménez de Cisneros en 1905 o Figueras Pacheco
en 1915, quienes aluden a esta cualidad óptima al referirse a la
alfarería y los yacimientos de esta materia prima en la villa.
El
lugar de extracción se ubicó en un primer momento en lo que se
conoce como Saleres, dejando como hito visible de esta actividad
humana la popularmente conocida como cova de l’Ull, que era una de
las entradas a estos túneles habilitados por la minería de la
arcilla.
A partir de finales de los años veinte se prohibió la
explotación de Saleres por motivos de seguridad y fue entonces
cuando se trasladó la actividad al yacimiento de L’Almadrava,
comprado en 1928 por Antonio Beltrán Maestre. La sal, por su parte,
provenía de Salinas o de Torrevieja.
Estos botijos tan peculiares
solían tener un carácter más decorativo, aunque no por ello
perdían su funcionalidad, pues conservaban todas las cualidades
propias del complejo sistema del “mecanismo del botijo”. Esta
enrevesada obra de ingeniería que desafía a las leyes de la física
consiste en una filtración del agua por los poros de la cerámica
que al contacto con el ambiente seco del exterior, esta se evapora
generando el enfriamiento del agua contenida. De ahí que se diga que
los botijos sudan.
Antes de su utilización siempre era
imprescindible la puesta a punto, que consistía en amerar y lavar
los botijos, debiéndose sumergir en agua completamente. El agua
debía cambiarse varias veces para que la pieza cerámica fuese
perdiendo el salobre y el sabor que pudiere transmitir el barro. Este
paso era tan importante que hasta se forjó la creencia popular de
que la persona que bebiese de un botijo sin amerar podía quedarse
sorda, probablemente porque la sal y la cal podría afectar al
conducto que comunica el oído con la garganta.
La forma de gallo o
pollastre era popular en los catálogos de las diferentes fábricas
alfareras de Petrer, variando únicamente su tamaño. Podían estar
decorados o no, aunque normalmente las alas estaban adornadas
mediante la técnica del bordado y posteriormente pintados a
pistola. Además de esta forma de ave de corral, también se
fabricaban otro tipo de animales que recordaban a la fauna que
convivía con una sociedad rural como la de nuestra población,
encontrando el botijo pato y el botijo torito o torico.
A éstos se
suman otro tipo de botijos de uso decorativo como el botijo bolso o
mamella, botijo bellota, botijo japonés con cabeza, botijo
gramófono, botijo farol, botijo de tres pitos o cabut, botijo col,
botijo barril o tonel, botijo inglés, botijo piña o botijo reloj,
entre otros.
En una zona donde el buen tiempo y el calor es un
elemento tan arraigado como sucede con Petrer, estas piezas se
convirtieron durante muchos años en elementos imprescindibles en el
día a día, por lo que, aprovechando la estación del año en la que
estamos y una vez conocidas las ventajas económicas y ecológicas de
los botijos, como los que fabricaron aquí durante el siglo XIX y XX,
quizás sea un buen momento para acercarnos a la vecina localidad de
Agost y hacernos con un botijo para volver a disfrutar de un sabor y
una sensación que para los más jóvenes ya es historia.
PARA SABER MÁS: Libro de M.ª Carmen Rico Navarro “Del barro al
cacharro. La artesanía alfarera de Petrer”, 1996.