Elecciones
Cuando escribo esto se acaban de celebrar las elecciones para el
Parlamento de Andalucía, donde los principales partidos del país,
PSOE y PP, han perdido un gran número de apoyos en favor de nuevas
formaciones como Ciudadanos y Vox. El avance de las fuerzas de la
derecha va ligado al descenso de la participación, que no ha
alcanzado el 60% de los andaluces convocados a votar.
Este último
punto es algo que entiendo muy bien. Espero que en 2019 la propuesta
sugerida de una macro-jornada electoral que reúna las votaciones
para cargos municipales, autonómicos, nacionales y europeos en un
sólo día se haga realidad, porque la idea de un año donde las
campañas electorales se sucedan una detrás de otra se me antoja
espantosa. Y es que las campañas políticas en los últimos años se
han vuelto de lo más cansinas, interminables retahílas de mentiras
y acusaciones donde sólo se busca derribar al contrario y conseguir
votos, pero donde nadie habla de hacer política, de mejorar la
situación de los ciudadanos, de propuestas, reformas o soluciones.
Todos los políticos, sean del partido que sean, se desdicen y
contradicen a pesar de las múltiples evidencias que hoy en día
quedan grabadas; todos se apuntan a las últimas modas y tendencias
populistas en busca de simpatías, de sumar votos basados en la
ignorancia y la información manipulada. A todos se les ve el plumero
en algún momento y les da igual, no les importa lo más mínimo
porque consideran a los ciudadanos como simples borregos que se
mantendrán fieles a su equipo pase lo que pase.
Y aquellos con
pensamiento más crítico, por supuesto, acabarán tirando la toalla
y decidiendo que nadie vale la pena. He oído muchas veces que hay
que votar; aunque sea en blanco, pero votar. Nunca he estado del todo
de acuerdo. El voto en blanco o voto nulo es una muestra de
conformidad con el sistema pero una falta de convicción por ninguna
de las opciones. Pero la abstención también es una opción, un voto
en contra del sistema tal y como está organizado, una voz silenciosa
que dice “así no”, que proclama que si éste va a ser el juego,
que conmigo no cuenten.
Hay quien dice que no votar supone renunciar
a tus derechos como ciudadano, que no te importa el resultado y por
tanto no tendrás derecho a quejarte. ¿Dirían lo mismo si les
diesen a escoger entre dos crueles dictadores? ¿Renuncia a su
derecho a quejarse quien tiene la opción de que le corten la mano
derecha o la izquierda? Son ejemplos exagerados, por supuesto, pero
que buscan hacer evidente que nadie renuncia a sus derechos por no
participar en un sistema que le ha sido impuesto.
Está claro que si
crece el absentismo acabarán votando sólo los afiliados a los
partidos y será el partido con más afiliados quien tome las
riendas, pero ¿podría declararse legítimo un gobierno votado por
menos del 50% de la población? Es una cuestión sobre la que vale la
pena reflexionar, y los políticos harían bien en hacerlo.