La Literatura como sutileza confesional
En alguna que otra entrevista he leído las opiniones de autores
de libros, razonando los motivos que les inducen a escribir y parece
que se pueda compartir. Se escribe para conocernos a nosotros mismos.
La pulsión que mueve el acto de escribir es porque la inteligencia
es limitada y su ejercicio ofrece conocimiento hacia la experiencia
vital.
La palabra escrita revela quienes somos, supone vivir y
crecer constantemente, producido con cada nuevo texto, con cada tema
que se aprende, asumiendo compromisos para sentirnos productivos. Un
escritor es próspero por lo que ha leído y menos por los libros
que haya escrito. Al escribir se deja una impronta huella, y lo leído
deja su huella memorizada, trazando fisonomías y rutas interiores.
Leer y escribir es una forma práctica de conocer nuestro entorno o
la historia cosmopolita. La literatura es un espejo, permite
traspasar y renacer en cualquier tiempo y lugar.
Experimenta
información, emoción, ilusión y perdurar en la inmortalidad de la
palabra escrita, alineado en el paraíso laico de las bibliotecas. La
técnica de la escritura amplía la capacidad lectora, el intelecto o
la memoria. Escribir es un proceso intimo, de trabajo a deshora, de
ilusión solitaria, de desvelo compartido, de amoríos a la
historia, a las palabras adecuadas, al afán de superación o de
pequeñas ambiciones literarias ya que el optimismo forma parte de la
esperanza de que algo debe cambiar.
Cuando se empieza un nuevo
trabajo literario, la concentración debe imperar con humildad, y si
no, es mejor dejarlo. Cuando amplías el texto en contenido y
conocimiento, enlaza cierta satisfacción. Los escritores, a veces,
parten de sus vidas para intentar una transcripción de la realidad,
y en ocasiones la trasciende. Del mismo modo, tiene asuntos privados
que, en principio, no se debe compartir, y de hecho no suele
comunicarse, pero sí se hace a través de la pantalla del ordenador
o de una hoja de papel. Un autor suele ser conocido por un sector de
lectores, aunque lo deseable es que sea por un público heterogéneo.
Escribir te convierte en alguien que también se equivoca. Estuve en
casa de un reconocido escritor y no valoré las cosas materiales que
decoraba el estudio, pero sí su biblioteca, amasada a salto de mata
con los años. Un libro de historia siempre enriquece, si bien
aparentemente el investigador no necesita hacer literatura. Sin
embargo, le proporciona herramientas técnicas para avalar el texto.
Ciertas novelas están desprestigiadas, por los propios novelistas
que son los primeros en menospreciarlas.
Aunque a las novelas acuden
los historiadores, para recabar información que la historia no se ha
ocupado. Para escribir una buena novela no hace falta una gran
historia, sino un buen escritor. La sencillez es una virtud para que
el lector sepa en cada momento lo que están narrando. La claridad
narrativa, la virtud del narrador es ser ligero y profundo, no
complejo. La misión de la literatura y del arte, es abrir puertas al
mundo. No se trata de ser expeditivo sino abrir para que puedan
entrar si se quiere y como se quiera. Es conveniente recordar que los
poetas, los músicos y los escritores profesionales deben estar
presentes en sus obras, más que en entornos y contextos
promocionales y oportunistas.
Parece contradictorio, pero un autor
debe ir donde su libro le lleva. Entonces el escritor, no es de aquí
ni de allí, sino de la ciudad eterna, de cualquier época y de
cualquier lector sin perjuicios. Mi firma en este artículo, es
el último en nuestro semanario local.
Por supuesto, nadie me ha
invitado a que me vaya, ni tan siquiera me voy por cansancio.
Redactar este episodio no cuesta más esfuerzo del que me costó la
primera vez, cuando era un principiante, aunque lo siga siendo. Si
dejo de escribir en estas páginas son por las interesantes
prioridades literarias de estas últimas semanas, que acaparan toda
mi atención por su fondo documental y explicativo. Moltes Gràcies!