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viernes, 10, mayo, 2024
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Malentendidos (I)

Malentendidos (I)

Tenía intención de hablarles acerca de dos pares de palabras que sufren similar suerte y son a menudo confundidas o intercambiadas, de forma deliberada a veces y a causa de desconocimiento otras. Contra las confusiones deliberadas poco podemos hacer, salvo estar preparados para distinguir cuando alguien intenta engañarnos.

La primera de estas parejas que mencionaba es la que forman los términos correlación y causalidad. El primero se define como «la correspondencia o relación recíproca entre dos o más cosas». La causalidad, por su parte, se define como «la relación entre una causa y su efecto».

Estas definiciones deberían ser suficiente para tener clara la diferencia entre ambos conceptos, pero a menudo los medios de comunicación, en su afán sensacionalista, olvidan esta distinción para crear titulares más atractivos, y después nuestros propios sesgos y tendencia a encontrar patrones y a inferir causalidad de forma preventiva hace el resto. Por ejemplo, gracias a informaciones estadísticas como las recogidas en la web y libro Spurious correlations (Correlaciones falsas, en tylervigen.com) podemos observar que, entre los años 2000 y 2009, el número de doctorados en las universidades de Estados Unidos crecía al mismo ritmo que lo hacía el consumo de queso mozzarella, o que entre esos mismos años, el número de fallecimientos por ahogamiento sigue una curva sospechosamente similar al número de películas en las que aparece el actor Nicholas Cage.

A nadie se le escapará que estos ejemplos son correlaciones, y no causalidades. Sin embargo si les hablo de el aumento en el número de antenas de telefonía móvil y su relación con el aumento de casos de cáncer ya no lo tendrán tan claro. Y es que esta tendencia a ver causalidades donde no las hay es un rasgo evolutivo que resultó vital para la superviviencia de nuestros antepasados. Pónganse en la piel de un primitivo australopiteco (un antepasado nuestro que habitó África durante casi dos millones de años) que establece una correlación entre pájaros que levantan el vuelo y la aparición de un depredador peligroso. Son dos fenómenos independientes; los pájaros pueden despegar por muchas otras causas, o debido a un depredador que en realidad no es peligroso para nuestro antepasado.

También puede aparecer un depredador cuando no hay pájaros presentes para dar la alarma. Pero siempre que se acerca un depredador y hay pájaros cerca, éstos salen volando. Nuestro antepasado podría deducir que ver volar a los pájaros no es motivo suficiente para salir huyendo, pero en ocasiones estaría equivocado y acabaría en peligro. Resultaba mucho más seguro estar equivocado más a menudo pero alejarse del presunto peligro cuanto antes. Este rasgo ha llegado hasta nosotros que, aunque ya no tenemos necesidad de salir huyendo por peligro de depredadores, tendemos a ver causalidades donde no las hay.

En el ejemplo de las antenas de telefonía móvil pensamos que más vale prevenir que curar y no caemos en la cuenta de que estas antenas proliferan en las zonas donde más se concentra la población (y mayor uso hay, por tanto, de las telecomunicaciones), y que por lógica, cuanto más grande es un grupo de población, más casos de cáncer podemos encontrar.

A día de hoy todos los estudios realizados avalan que las antenas de telecomunicaciones no son perjudiciales para nuestra salud. En el próximo artículo les hablaré del siguiente par de palabras y de cómo algunos intentan intercambiarlas para influir en nuestra opinión. Hasta entonces, cuídense de que no les den gato por liebre.

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