Malentendidos (I)
Tenía intención de hablarles acerca de dos pares de palabras que
sufren similar suerte y son a menudo confundidas o intercambiadas, de
forma deliberada a veces y a causa de desconocimiento otras. Contra
las confusiones deliberadas poco podemos hacer, salvo estar
preparados para distinguir cuando alguien intenta engañarnos.
La
primera de estas parejas que mencionaba es la que forman los términos
correlación y causalidad. El primero se define como «la
correspondencia o relación recíproca entre dos o más cosas». La
causalidad, por su parte, se define como «la relación entre una
causa y su efecto».
Estas definiciones deberían ser suficiente para
tener clara la diferencia entre ambos conceptos, pero a menudo los
medios de comunicación, en su afán sensacionalista, olvidan esta
distinción para crear titulares más atractivos, y después nuestros
propios sesgos y tendencia a encontrar patrones y a inferir
causalidad de forma preventiva hace el resto. Por ejemplo, gracias a
informaciones estadísticas como las recogidas en la web y libro
Spurious correlations (Correlaciones falsas, en tylervigen.com)
podemos observar que, entre los años 2000 y 2009, el número de
doctorados en las universidades de Estados Unidos crecía al mismo
ritmo que lo hacía el consumo de queso mozzarella, o que entre esos
mismos años, el número de fallecimientos por ahogamiento sigue una
curva sospechosamente similar al número de películas en las que
aparece el actor Nicholas Cage.
A nadie se le escapará que estos
ejemplos son correlaciones, y no causalidades. Sin embargo si les
hablo de el aumento en el número de antenas de telefonía móvil y
su relación con el aumento de casos de cáncer ya no lo tendrán tan
claro. Y es que esta tendencia a ver causalidades donde no las hay es
un rasgo evolutivo que resultó vital para la superviviencia de
nuestros antepasados. Pónganse en la piel de un primitivo
australopiteco (un antepasado nuestro que habitó África durante
casi dos millones de años) que establece una correlación entre
pájaros que levantan el vuelo y la aparición de un depredador
peligroso. Son dos fenómenos independientes; los pájaros pueden
despegar por muchas otras causas, o debido a un depredador que en
realidad no es peligroso para nuestro antepasado.
También puede
aparecer un depredador cuando no hay pájaros presentes para dar la
alarma. Pero siempre que se acerca un depredador y hay pájaros
cerca, éstos salen volando. Nuestro antepasado podría deducir que
ver volar a los pájaros no es motivo suficiente para salir huyendo,
pero en ocasiones estaría equivocado y acabaría en peligro.
Resultaba mucho más seguro estar equivocado más a menudo pero
alejarse del presunto peligro cuanto antes. Este rasgo ha llegado
hasta nosotros que, aunque ya no tenemos necesidad de salir huyendo
por peligro de depredadores, tendemos a ver causalidades donde no las
hay.
En el ejemplo de las antenas de telefonía móvil pensamos que
más vale prevenir que curar y no caemos en la cuenta de que estas
antenas proliferan en las zonas donde más se concentra la población
(y mayor uso hay, por tanto, de las telecomunicaciones), y que por
lógica, cuanto más grande es un grupo de población, más casos de
cáncer podemos encontrar.
A día de hoy todos los estudios
realizados avalan que las antenas de telecomunicaciones no son
perjudiciales para nuestra salud. En el próximo artículo les
hablaré del siguiente par de palabras y de cómo algunos intentan
intercambiarlas para influir en nuestra opinión. Hasta entonces,
cuídense de que no les den gato por liebre.