Inteligencia artificial
Durante los últimos doscientos años, el concepto de la
inteligencia artificial ha fascinado a autores de ciencia ficción y
a lectores de todo el mundo. La idea de cómo podría recrearse una
conciencia similar a la humana de manera artificial y qué
consecuencias tendría ha sido el eje central de múltiples historias
en la literatura, el cómic, la televisión o el cine, empezando por
la que se considera la primera obra de ciencia ficción, Frankenstein
o el moderno Prometeo, de Mary Shelley, escrita en 1818, y en la que
la autora reflexiona sobre las consecuencias de desafiar las leyes
naturales y crear vida después de la muerte.
Sería aceptable, sin
embargo, decir que en este caso no hablamos de inteligencia
artificial porque, al igual que ocurre con los replicantes de la
película Blade Runner (Ridley Scott, 1982, basada en la novela de
Philip K. Dick ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, de
1968), no estamos hablando de máquinas sino de organismos -creados
de forma artificial, o no completamente natural, pero organismos
vivos a fin de cuentas-.
El concepto de inteligencia artificial más
recurrente es el asociado a máquinas que desarrollan un pensamiento
humano, tanto si es con ausencia de una forma física definida (como
Hal 9000, el ordenador de la película 2001: Una odisea del espacio;
o Skynet, el ordenador que lidera la revolución de las máquinas en
la saga de películas Terminator) o bajo el molde de un androide
singular (como Andrew, el protagonista de El hombre bicentenario, o
David, el androide protagonista de la película AI).
En todos estos
casos el concepto de inteligencia se refiere a la capacidad de estas
máquinas para desarrollar una autoconciencia y una capacidad de
razonamiento similar a la de los seres humanos, no sólo a ser
inteligentes. De hecho, en muchos aspectos las máquinas ya son mucho
más inteligentes que los seres humanos: jugando al ajedrez,
resolviendo problemas matemáticos o haciendo cálculos a gran
velocidad. Nuestros cerebros no pueden competir en eso.
Sin embargo,
en algo que nos resulta tan mundano como cruzar la calle, las
máquinas no llegan al nivel de inteligencia mínimo de un insecto.
Porque algunas cosas, que para nosotros son naturales y en las que no
tenemos que pensar, implican en realidad un complejísimo proceso
mental: coordinación de músculos e impulsos nerviosos,
propiocepción constante para mantener el equilibrio y controlar la
posición del cuerpo, captación, análisis e interpretación de
señales externas, cálculo de variables sobre la distancia a la que
está un obstáculo, la velocidad a la que nos movemos, la velocidad
relativa del obstáculo, etc.
Aun así, el desarrollo de la
inteligencia artificial está avanzando a pasos agigantados, sólo
que no en la dirección que había previsto la ciencia ficción. Se
encuentra presente en muchos más lugares de los que pensamos: en
nuestros teléfonos móviles, en el robot aspirador que pasea por
casa, en los algoritmos que gestionan lo que vemos en YouTube o la
música que escuchamos en Spotify. El peligro de las inteligencias
artificiales está muy lejos de que las máquinas tomen conciencia de
sí mismas y se rebelen, y se encuentra más bien en el uso que los
seres humanos podemos dar a esta tecnología.
China, que se ha
convertido en las últimas décadas en un estado pionero en muchos
campos, también lo está siendo en el desarrollo de la inteligencia
artificial y de redes neuronales artificiales. Sin embargo, la
finalidad es más que cuestionable, ya que allí se emplea el vasto
sistema de gestión de datos informáticos y reconocimiento facial
-gracias a unos 170 millones de cámaras por todo el país- para
elaborar una suerte de ranking de ciudadanos según su nivel de
compromiso con el Estado y con el Partido. El temor que ha existido
en la cultura popular hacia la inteligencia artificial, presente
sobre todo en las décadas de 1990 y 2000, está hoy en día
desapareciendo, como antes hiciera el miedo irracional hacia todo lo
nuclear.
En general, la inteligencia artificial es una tecnología
más y como todas las demás no es perversa por sí misma, pero puede
utilizarse de manera perversa. Será lo que nosotros hagamos de ella,
una gran ayuda o un arma terrible, como casi todos los avances de la
humanidad.