Neoliberalismo
Neoliberal es un término que podemos encontrar a menudo en boca
de determinados periodistas, tanto en sus discursos a través de
televisión y redes sociales como, desgraciadamente, en noticias de
medios que podríamos considerar «serios».
Recuerdo que, la primera
vez que me percaté de esta palabra, no tenía muy claro lo que
significaba. Parecía haber algún tipo de diferencia entre liberal y
neoliberal, eso sí, pero no estaba claro cuál era; lo que sí
estaba claro era que (desde el prisma de la izquierda política), lo
liberal era malo y lo neoliberal, todavía peor. Pero con tiempo y
curiosidad se cura la ignorancia, y un día descubrí que eso de
neoliberal no es más que un término peyorativo que sólo emplean
los enemigos del liberalismo, la izquierda más rancia, normalmente.
En realidad, nadie se define como neoliberal, es sólo una etiqueta
que lanzar contra los que piensan diferente, una especie de consigna
para marcar al enemigo y que los seguidores que quieren encasillar a
cada uno con rapidez lo identifiquen como tal. ¡Ojo!, que ese no es
de los nuestros. El neoliberalismo, sin embargo, no existe. Es un
mito, el coco de una ideología política. Proviene de añadir al
término liberalismo el prefijo neo, que significa «nuevo», en un
intento por definir una nueva corriente que pueda ser blanco fácil y
que no pueda ser revocada con más de tres siglos de pensadores y
economistas.
Sin embargo, nadie dentro de las tendencias liberales se
identifica con ese neologismo. Existen, eso sí, diferentes
corrientes dentro del liberalismo: paleolibertarios, minarquistas,
anarcocapitalistas, etc. Pero ninguno se identifica como neoliberal.
El liberalismo, a grandes rasgos, no puede asignarse la etiqueta de
neo porque sigue siendo el mismo que era hace siglos: la creencia en
el derecho de los individuos a desarrollar sus propios proyectos
vitales en libertad, sin menoscabar el derecho de los demás a hacer
lo mismo.
El liberalismo es una teoría política que plantea cuáles
deben ser los limites del Estado. En sus formas más moderadas, busca
la reducción del gasto público y el aumento de autonomía y
libertad de los ciudadanos. En sus versiones más extremas, se
entiende al Estado como un obstáculo para que los individuos
desarrollen su proyecto vital, una especie de parásito con el que
cargamos y que, por más que se disfrace con palabras como democracia
y representación, no es más que la ley del más fuerte; el Estado
es más fuerte que cualquier individuo, ergo el Estado siempre gana.
La palabra neoliberalismo ha servido así para crear un hombre de
paja al que resulte fácil atacar y hacer culpable de todos los males
de la sociedad moderna.
El neoliberalismo es malo; el personaje equis
es neoliberal. Concluyan ustedes el silogismo. El asunto es
especialmente sangrante si se hace responsable a este supuesto
neoliberalismo de decisiones o empresas estatales, cuando cualquier
cosa en la que intervenga de forma intensiva el Estado va
precisamente en contra de las ideas liberales.
Que este tipo de
discursos se produzcan en tertulias informales o de parte de personas
que se dedican simplemente a opinar, tiene un pase. Es cuestión de
estar mejor informado. Pero que caigan en ello periodistas y medios
de comunicación, es risible. Al final, lo de neoliberal no es más
que un eslogan camuflado que dice más de aquel que lo pronuncia, que
de la persona o asunto aludido. Es más una palabra para posicionarse
uno mismo que para definir a otro, porque en realidad, no define a
nadie, salvo al que la usa.