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jueves, 25, abril, 2024
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El silencio de la muerte

Por: Juan Manuel Martínez Albert

La guerra es un crimen contra la humanidad. Por ello me comprometo a no participar en ninguna de ellas y a luchar por la abolición de todas sus causas”. Esta frase, que se recoge en la declaración fundacional de la IRG (Internacional de Resistentes a la Guerra) y que sirve de soporte -a modo de ideario- de esta organización pacifista que nace en 1921, la he tenido expuesta durante años, en una tarjeta colocada a la entrada de mi despacho en el Instituto. De igual modo, también he tenido un poster enmarcado detrás de mi mesa, en el que Mafalda expresaba: “¿Y por qué no iniciamos de una vez en este año la tan postergada construcción de un mundo mejor?”. Ambas frases, aparte de estar visibles, las escribía cada año en la pizarra al comienzo del curso para que mis alumnos reflexionaran y tomaran conciencia de las injusticias con las que se iban a tropezar a lo largo de sus vidas, e invitándoles a que no se resignaran y a que se rebelaran con firmeza contra ellas.

En estos días, de nuevo la ambición de seres deleznables alimentados con los más bajos instintos, hace que cobren protagonismo ambas ideas y que ahora las reproduzca en este escrito para que la sociedad se pronuncie contra este asalto a la dignidad humana que, en forma de guerra, ha promovido el malnacido mandatario ruso contra el pueblo ucraniano.

Si yo fuera alcalde de esta ciudad, no hubiera tardado ni 24 horas en convocar un Pleno extraordinario de la Corporación Municipal, para someter a la consideración de los munícipes la condena más firme de este acto criminal y, al mismo tiempo, darle traslado a nuestros conciudadanos de una iniciativa para llenar de cartas de repulsa la Embajada rusa en Madrid, con un manifiesto de rechazo y condena por esta canallada.

De igual modo, hubiera promovido acciones simbólicas como la de mantener un minuto de silencio en los colegios, institutos y centros laborales, amén de otras concentraciones, como repulsa a la situación sobrevenida, porque la trascendencia de lo que ocurre nos afecta y nos afectará, en particular por tener que soportar el desastre humanitario que conlleva, pero también por las consecuencias económicas y laborales que pronto comprobaremos en nuestra vida cotidiana.

¡Basta ya! de tener que resignarnos y contemplar de nuevo este horrible silencio de la muerte que apela a nuestras conciencias, para que rechacemos esta ignominia y despreciemos a los promotores de la misma, en el nombre de tantos seres vivos inocentes que ya están muriendo.

Estamos a tiempo todavía de tomar iniciativas. Es una cuestión de dignidad personal y colectiva.

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