12.9 C
Petrel
viernes, 19, abril, 2024
spot_img

Habriqueismo

Antonio Espinosa Martínez

La teoría del “habriqueismo”, de fonema tan anómalo, la escuché por primera vez en una conferencia de Lucas Cerviño, sociólogo argentino, disertando sobre el diálogo. Ignoro si el extraño término lo acuñó el señor Cerviño o procede de otra fuente, pero confieso que me impactó e incluso tomé un apunte que ahora leyéndolo dice así: “Habriqueismo, hablamos sobre lo que habría que hacer”. Sea como fuere hay que reconocer el acierto de tal palabreja que a mi parecer resume una de las manifestaciones sociales más frecuentes en todos los ámbitos de la comunicación y sus medios, sea radio, prensa, televisión, internet  en sus canales o la simple conversación con contertulios detrás de un café. El ejemplo clásico lo encontramos en cualquier editorial de cualquier prensa.

Comprendo lo difícil que resulta  escapar a la tentación de “habriquear” dado que aflora espontáneamente y sin pedir permiso en cualquier conversación. Máxime cuando se trata de un aforo público y con pretensiones de decir algo que suene a importante. Tras de todo ello y el sujeto culpable se encuentra en la situación actual del mundo y la sociedad.

El habriqueismo lleva implícita una cierta cuota de acedia egoísta sutilmente educada para escabullirse de cualquier tipo de  compromisos. Una especie de cansancio feliz que inexorablemente y casi sin darnos cuenta nos va a llevar a un gris pragmático o psicología de la tumba: aquí hay poco que hacer.

A propósito de los compromisos Zygmunt Bauman refiriéndose a la juventud contemporánea apunta que: “Hoy los compromisos tienden a ser muy mal vistos, salvo que contengan una cláusula de “hasta nuevo aviso”””. Confirma Bauman tal aserto citando el ejemplo de que cada vez más en muchas ciudades de Estados Unidos los permisos para construir solo se entregan junto con el correspondiente permiso de demolición.

El “habriqueismo” origina, también, efectos colaterales. Por ejemplo prestar más atención a las ideologías, a las instituciones, a la organización,  a formas y modos sociales ya caducos, incluso a la misma ecología, que a las personas. Josep María Esquirol nos previene “de la amenaza de los enterados… especialistas en todo tipo de saberes que perturban al mundo”.

Personalmente me inclino por hacer la pequeña operación de cambiar la “i” de “habr “i” queísmo, habría que hacer, por la vocal “a”, “habr “a” queísmo”, habrá que hacer. Tal cambio implica, a mi modesto parecer, nada menos que: sumar, confiar, comprometer, contar con, estimar la autonomía del otro, escuchar, girar la vista de atrás –lo pasado-  hacia adelante  para otear el horizonte inmediato.

Habría que habriquear menos, quedándonos tranquilamente mirando la televisión y quejándonos de lo mal que va el mundo, y habraquear más. Ostras, sin darme cuenta ya he caído en la trampa que trato de evitar. Verdaderamente la cosa no es fácil. No optimismo ni pesimismo. Pablo d´Ors afirma que “en primera instancia el mundo no está para ser transformado sino para ser acogido, recibido”. Hace ya varios años Cruz Roja lanzó el siguiente eslogan: «No diga que el mundo debe ser mejor; hágalo». Con permiso de Cruz Roja y para el tema que nos ocupa sugeriría el siguiente: «No digamos que el mundo debería ser mejor (habriqueismo); hagámoslo (habraqueismo)». 

otras noticias

siguenos en

6,384FansMe gusta
1,713SeguidoresSeguir
1,047SeguidoresSeguir
- Anuncio-spot_img
- Anuncio-spot_img

LO MÁS LEIDO