¿Qué aplauden sus señorías?
En estos pretéritos días en que una insoportable
lumbalgia me ha tenido atrapado junto al televisor más horas de las
habituales, he podido comprobar desde la inmovilizada distancia, la
escasa sensibilidad del “teatrillo” carnavalesco, zumbón y
transformista de los “primitivos habitantes del hemiciclo”.
Con gran elocuencia, cada intérprete ha escenificado
su papel: Una retórica cuidada y ornamental, propia de guionistas
especializados en estas puestas en escena, abrían y cerraban líneas
de un guión que buscaba más el efecto del titular periodístico del
día siguiente, que el reto concreto y comprometido de la búsqueda
de soluciones, sin espera del día siguiente, sin la demora de “la
próxima semana”.
Con “gracietas saltarinas” apropiadas para la
ocasión, las intervenciones iban de lo general a lo particular, en
un camino interminable de idas y venidas articuladas en torno a un
“mantra” aprendido junto a los “colegas” del staff de las
respectivas Ejecutivas.
Los televidentes, habilitados como impasibles
espectadores, a los que en otros lugares se les suele llamar
ciudadanos y como a tales se les trata, hemos estado tragando un
inagotable catálogo de “postureo” y medias verdades, endulzadas
de buenas intenciones, que han estado ofreciéndose a la espera de
ser relamidas por la mayoría silenciosa –esa que sigue adormecida,
ya de puro cansancio- compuesta por quienes abonamos los “haberes”
de sus señorías puntualmente cada mes, así como algún que otro
“gastillo extra” que vaya apareciendo.
Y es que, seguimos pendientes más de la puesta en
escena que del resultado de la obra. Aquella es inmediata, éste se
hace esperar nada más que cuatro años, lo cual atonta y envilece el
sentido de su finalidad. Siempre se está tomando impulso y nunca es
tiempo de nada: ¡estamos en ello!, proclaman unos; ¡formemos una
comisión!, insinúan otros. Y puntos suspensivos.
¿Alguien con autoridad moral contrastable ha quedado
comprometido más allá de las ambigüedades y de los buenos
propósitos? A lo cual me respondo a la gallega: ¿Para qué lo
quiere saber la gente? Pero hay una pregunta que, esta sí, sigue sin
respuesta ¿Por dónde anda escondido el bien común?
Por aquí, miles y miles de ciudadanos sin empleo;
familias sin apenas recursos para poder acercarse a eso que hemos
dado en llamar “Una vida digna de ser vivida”.
Enfrente, y lo
digo así, enfrente, una clase política ciega, sorda y sectaria,
ausentada de sus responsabilidades y enajenada en su propio ego. Una
reiteración de esquemas hedonistas que, vagando sin rumbo, quedan a
la espera de que aparezca algún dedo indicador que les procure
nuevos argumentos para así dilatar el compromiso de las decisiones.
Por allá, las inaceptables imágenes de la población
siria, que rayan en el genocidio, mientras los acomodados
representantes europeos miran, y también miramos todos, hacia el
Atlántico. Los amordazados MMCC se auto-limitan, piden permiso para
manifestar lo oportuno, y van escondiendo o manipulando la mayor
parte de la realidad de lo que acontece, no señalizando
acusadoramente y de modo permanente a quienes deben aportar
soluciones humanitarias. (A veces, aquí, tan solo nos quejamos
levemente de que no hay sensibilidad social en torno a desahucios,
pobreza energética, hambre, limitaciones sanitarias y desatención
social generalizada.
Allá, la película del horror, va
transcurriendo a la espera de que nos depare un final feliz).
Aquí, si no hay gobierno, no hay política. Si no
hay política, no debería de haber políticos. Algunos, parecen
simples malos administradores de nuestros recursos que se van
gastando en innecesarios fines, sólo para demostrar que han estado
ahí. Esta sociedad ha estado instalada en el despilfarro y en
políticas del despropósito. Lo hemos consentido y ahora lo pagamos.
No hay lugar para el lamento.
Es tiempo de filosofía, de humanismo, de ética, de
empatía, de reflexión, de compromiso continuado, de eliminar
disfraces y, sobre todo, de educación en el respeto y para la
cooperación, porque el actual sistema es injusto, es inerte ante la
adversidad, y sigue marginando a quienes tropiezan en el camino.