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viernes, 29, marzo, 2024
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¿Qué aplauden sus señorías?

¿Qué aplauden sus señorías?

En estos pretéritos días en que una insoportable lumbalgia me ha tenido atrapado junto al televisor más horas de las habituales, he podido comprobar desde la inmovilizada distancia, la escasa sensibilidad del “teatrillo” carnavalesco, zumbón y transformista de los “primitivos habitantes del hemiciclo”. Con gran elocuencia, cada intérprete ha escenificado su papel: Una retórica cuidada y ornamental, propia de guionistas especializados en estas puestas en escena, abrían y cerraban líneas de un guión que buscaba más el efecto del titular periodístico del día siguiente, que el reto concreto y comprometido de la búsqueda de soluciones, sin espera del día siguiente, sin la demora de “la próxima semana”.

Con “gracietas saltarinas” apropiadas para la ocasión, las intervenciones iban de lo general a lo particular, en un camino interminable de idas y venidas articuladas en torno a un “mantra” aprendido junto a los “colegas” del staff de las respectivas Ejecutivas.
Los televidentes, habilitados como impasibles espectadores, a los que en otros lugares se les suele llamar ciudadanos y como a tales se les trata, hemos estado tragando un inagotable catálogo de “postureo” y medias verdades, endulzadas de buenas intenciones, que han estado ofreciéndose a la espera de ser relamidas por la mayoría silenciosa –esa que sigue adormecida, ya de puro cansancio- compuesta por quienes abonamos los “haberes” de sus señorías puntualmente cada mes, así como algún que otro “gastillo extra” que vaya apareciendo.

Y es que, seguimos pendientes más de la puesta en escena que del resultado de la obra. Aquella es inmediata, éste se hace esperar nada más que cuatro años, lo cual atonta y envilece el sentido de su finalidad. Siempre se está tomando impulso y nunca es tiempo de nada: ¡estamos en ello!, proclaman unos; ¡formemos una comisión!, insinúan otros. Y puntos suspensivos. ¿Alguien con autoridad moral contrastable ha quedado comprometido más allá de las ambigüedades y de los buenos propósitos? A lo cual me respondo a la gallega: ¿Para qué lo quiere saber la gente? Pero hay una pregunta que, esta sí, sigue sin respuesta ¿Por dónde anda escondido el bien común? Por aquí, miles y miles de ciudadanos sin empleo; familias sin apenas recursos para poder acercarse a eso que hemos dado en llamar “Una vida digna de ser vivida”.

Enfrente, y lo digo así, enfrente, una clase política ciega, sorda y sectaria, ausentada de sus responsabilidades y enajenada en su propio ego. Una reiteración de esquemas hedonistas que, vagando sin rumbo, quedan a la espera de que aparezca algún dedo indicador que les procure nuevos argumentos para así dilatar el compromiso de las decisiones.
Por allá, las inaceptables imágenes de la población siria, que rayan en el genocidio, mientras los acomodados representantes europeos miran, y también miramos todos, hacia el Atlántico. Los amordazados MMCC se auto-limitan, piden permiso para manifestar lo oportuno, y van escondiendo o manipulando la mayor parte de la realidad de lo que acontece, no señalizando acusadoramente y de modo permanente a quienes deben aportar soluciones humanitarias. (A veces, aquí, tan solo nos quejamos levemente de que no hay sensibilidad social en torno a desahucios, pobreza energética, hambre, limitaciones sanitarias y desatención social generalizada.

 Allá, la película del horror, va transcurriendo a la espera de que nos depare un final feliz). Aquí, si no hay gobierno, no hay política. Si no hay política, no debería de haber políticos. Algunos, parecen simples malos administradores de nuestros recursos que se van gastando en innecesarios fines, sólo para demostrar que han estado ahí. Esta sociedad ha estado instalada en el despilfarro y en políticas del despropósito. Lo hemos consentido y ahora lo pagamos. No hay lugar para el lamento. Es tiempo de filosofía, de humanismo, de ética, de empatía, de reflexión, de compromiso continuado, de eliminar disfraces y, sobre todo, de educación en el respeto y para la cooperación, porque el actual sistema es injusto, es inerte ante la adversidad, y sigue marginando a quienes tropiezan en el camino.

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