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viernes, 29, marzo, 2024
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Los huertos urbanos

Los huertos urbanos

La “expansión urbanística” de principios del siglo pasado respetó buena parte de los huertos tradicionales

No se ven pero existen. En el centro tradicional del pueblo hay una amplia zona donde proliferan los huertos urbanos. Grandes parcelas que se sitúan entre las calles José Perseguer, Leopoldo Pardines, Antonio Torres y Gabriel Payá.

A decir verdad, ahora mucho menos por culpa del urbanismo atroz que se vivió  -y sufrió- a finales del siglo pasado y principios de este. Toda una singularidad que no se da en ningún otro lugar del casco urbano si exceptuamos,  aunque en menores dimensiones, la parte interior de las calles Fernando Bernabé, Leopoldo Pardines, País Valenciá y Gabriel Payá.

Una copia a menor escala a la que nos hemos referido en un principio y que ha sido “colonizada” por gran cantidad de cuartelillos que a lo largo del tiempo han sustituido las tierras y el arbolado por grandes patios y comedores para agasajar a los visitantes.
La zona a la que nos referimos fue el “cogollo” de la población durante el primer tercio del siglo XX, cuando el casco urbano comenzó a deslizarse desde la loma hasta el valle. Cuando comenzaron a abrirse calles relativamente anchas y, al mismo tiempo, se abandonaban callejuelas y vericuetos sin ningún tipo de espacios comunes que invitaran a la convivencia vecinal.

La Plaça de Dalt, la de Baix y la Foia eran los únicos y pequeños lugares de recreo del entonces casco urbano. El resto hasta la “lejana” ciudad de Elda estaba plagada de huertas particulares siempre pendientes de las subastas de agua de regadío que suministraba la Bassa Fonda, situada a las espaldas del Ayuntamiento en lo que hoy es el jardín del Derrocat. La primera expansión urbanística del pueblo cogió por sorpresa a la mayoría de los propietarios de esta zona que, influenciada por la construcción de las Escuelas Nacionales (posteriormente denominadas colegio Primo de Rivera), comenzó la construcción de casas, unas auspiciadas por los sindicatos de la época y otras de carácter privado. Precisamente, estas últimas fueron las que se levantaron en la zona a la que nos referimos.

La calle Gabriel Payá, denominada Camí d´Elda, era el punto neurálgico, la vía que unía las grandes fábricas de calzado que se levantaron en el extrarradio de la población de entonces y el casco urbano. Calzados Luvi, Villaplana, García y Navarro y Chico de Guzmán constituían el punto de destino de la jornada laboral que comenzaba a las ocho de la mañana y finalizaba a las doce del mediodía para volver a empezar a las dos de la tarde. Eso sí, los trabajadores eran alertados por sonoras sirenas que se escuchaban en todo el pueblo y que sonaban por tres veces. Una cuando faltaban 20 minutos para comenzar la labor, otra 10 minutos después y la tercera cuando estaban a punto de cerrase las puertas. Los que levantaron sus casas flanqueando los antiguos huertos fueron unos privilegiados.

Familias pudientes por lo general y otras que sin tanto poder adquisitivo sí se podían permitir el lujo de edificar su hogar en la que entonces era la mejor zona del pueblo. El que fuera alcalde de Petrer – Gabriel Payá- propietario del teatro Cervantes, de la zona de la Bassa El Moro, de nacimientos de agua Santa Barbera y gran cantidad de tierras, fue uno de los pioneros, y hoy todavía se conservan viviendas, locales, una antigua bodega y alrededor de quinientos metros cuadrados que conforman uno de los huertos interiores de la zona. Al otro extremo de la calle José Perseguer, en la de Antonio Torres, el médico y fundador de la Cruz Roja local, Luis Sempere, tuvo su correspondiente vivienda y un amplio huerto.

El horno de Carmelo también. Lo mismo que el comerciante Antonio Poveda, el fabricante de bolsos José Máñez o el emprendedor de origen catalán Joaquín Pujol. En la calle Antonio Torres se ubicaron las escuelas montadas por el sindicato U.G.T, antes de la Guerra Civil. Posteriormente, esta edificación se reconvirtió en un amplio taller artesanal dedicado a la fabricación de muebles: Muebles Pina. En la parte que da acceso a los “huertos urbanos”, por la parte de la calle José Perseguer, tan solo se conservan el de “les Moretes”, el que en su día perteneció a las hijas de Gabriel Payá “el Moro”. El resto, ha sido ocupado a lo largo de los últimos años por los edificios de la que fue Caja del Sureste y que hoy ocupa la delegación de Urbanismo del Ayuntamiento petrerense.

Después vinieron otras edificaciones que ocuparon los huertos y la última, el gran y polémico edificio que se construyó en la esquina de la calle José Perseguer con Leopoldo Pardines. La verdad es que estos “huertos urbanos” ya no son lo que fueron. En muchos casos han sido “colonizados” con cobertizos, casetas y otro tipo de edificaciones que en su mayoría se levantaron de manera ilegal con el fin de ampliar las viviendas. Sobre todo las que están situadas en el último tramo de la calle Antonio Torres. Por el contrario, los grandes patios de dos de las viviendas de la calle Gabriel Payá gozan de un aspecto envidiable. Hace alrededor de una década, el Ayuntamiento petrerense quiso potenciar el urbanismo en la parte del centro tradicional.

Desde los “huertos urbanos” hasta la confluencia de la avenida Felipe V en la que se incluía también la urbanización del solar de la antigua fábrica de Luvi, la Ciudad Sin Ley y calles adyacentes y buena parte de solares y antiguas fábricas de calzado. El proyecto fue “tumbado” por la Generalitat Valenciana y ya no se ha vuelto a hablar de él.

“EL ANDAÓ”
Con esta denominación popular se conocía una especie de senda interior que unía la calle Gabriel Payá con Leopoldo Pardines. Por ahí transcurría la acequia que llevaba el agua desde la Bassa Fonda hasta la parte de la huerta. Tenía sendas puertas en cada una de las calles y era propiedad (es de suponer que todavía lo es) de la Comunidad de Regantes.

Fue un derecho que los propietarios de las edificaciones debían respetar y así durante muchas décadas lo hicieron. Hoy ni tiene entrada por una calle ni salida por la otra. En su interior queda muy poco porque está plagado de paredes de ladrillo mal acabadas que impiden ver toda su extensión. Nos dicen que por el subsuelo todavía existe la antigua acequia. Eso sí, sin uso y por supuesto sin agua. 

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