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miércoles, 8, mayo, 2024
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Artificios en el cielo

David Llorente Cortés

Desde pequeño, nunca entendí muy bien la fascinación y admiración que causaban los fuegos artificiales. Aquellos espectáculos de luces y sonido explosivo me parecieron siempre intrusos en el cielo nocturno, intentos desesperados de llamar la atención. Por qué llenar el cielo de luces, me preguntaba, si ya de por sí está cuajado de estrellas. No entendí nunca por qué empeñarnos en cubrir la belleza del cielo nocturno, la principal maravilla del mundo que nos ha acompañado desde el inicio de los tiempos, con aquellas estridentes luces.

Cuestiones subjetivas aparte, los fuegos artificiales, tan comunes hoy en día en cualquier fiesta pública, son algo más que un espectáculo de luz y sonido, y la causa de graves perjuicios que no deberíamos ignorar. El primero es el evidente peligro de accidentes para los que manipulan estos artificios o se encuentran cerca de ellos. Cada año, alrededor de mil personas sufren lesiones debidas al manejo de artefactos pirotécnicos, especialmente quemaduras en manos y cara, aunque también pueden darse lesiones auditivas o daños oculares irreversibles. Además, los fuegos artificiales suponen una amenaza de incendios, especialmente en zonas secas o durante estaciones de calor.

El segundo problema es el de la contaminación. Desde su manufactura hasta su uso, los cohetes y fuegos artificiales emplean diferentes compuestos sumamente perjudiciales, como perclorato de sodio, cobre, estroncio, litio, antimonio, magnesio, aluminio y otros. En el momento de la detonación se liberan grandes cantidades de monóxido de carbono, además de una buena cantidad de micropartículas que quedarán suspendidas en el aire. Los niveles de polución de las áreas urbanas aumentan significativamente los días posteriores al uso de estos artificios y, aunque, evidentemente, en el cómputo total de un año estas emisiones no suponen una gran cifra, no dejan de tener sus efectos sobre los seres humanos y sobre los ecosistemas donde los restos de estas sustancias van a parar.

Finalmente, el problema que considero más importante, es el daño ecológico que estos fuegos artificiales causan. Ya he mencionado el riesgo de incendios y de contaminación, pero el simple sonido explosivo, que puede llegar a los 190 decibelios, tiene graves consecuencias en la fauna.

Para los seres humanos, cualquier sonido repetitivo por encima de 85 decibelios puede ser causa de daño auditivo. No digamos para muchos animales, que tienen un oído más sensible. Los fuertes ruidos, como los causados por la pirotecnia, son una fuente de miedo y estrés para nuestros compañeros más cercanos. Mucha gente que tenga perro sabrá de lo nerviosa que puede llegar a ponerse su mascota, que puede incluso desarrollar fobias y sufrir efectos análogos al síndrome de estrés postraumático. Pero los animales que no vemos, y con los que también compartimos espacio, pueden sufrir igualmente; desde problemas auditivos hasta taquicardias, problemas de orientación, descenso de natalidad, migraciones o huidas desesperadas con final trágico.

Soy consciente de que toda actividad humana puede conllevar un efecto perjudicial sobre el ecosistema, y que a veces resulta inevitable. El caso de los fuegos artificiales, sin embargo, me parece que es completamente evitable.

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