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domingo, 19, mayo, 2024
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Muerte y luto en Petrer

Estamos en noviembre, el penúltimo mes del año, conocido por muchos como el mes de  los muertos y nos centraremos en esta ocasión en conocer como se concebía el final de la vida en el Petrer de antes.

Hace unos años la muerte tenía un carácter más trágico y tenebroso que en la actualidad. Hoy se ve la muerte como un fenómeno más natural, pero en las primeras décadas del pasado siglo cuando alguien moría las escenas de dolor acompañadas de gritos desgarrados eran muy frecuentes. Salir a la puerta de la casa o asomarse al balcón gritando y llorando desesperadamente cuando se llevaban el féretro constituía una práctica muy habitual. Los chillidos se solían oír a gran distancia y cuando más joven era la persona fallecida más fuertes eran.

Niños, adolescentes, adultos y mayores se quedaban en el camino al no poder superar enfermedades no diagnosticadas o incluso desconocidas. Fallecían ante los medios primarios y elementales que se disponía, desconociendo los males que los llevaban a la muerte. Cuando no se sabía de qué moría una persona, muchas veces se recurría a la expresión que había sido de un miserere. El cólico miserere era un cólico cerrado, una obstrucción intestinal que si no se resolvía por medios quirúrgicos provocaba la muerte. Los muertos se velaban en las casas que se convertían en un trasiego permanente de familiares, vecinos y amigos del fallecido. Desde 1816 y hasta 1935 en Petrer se enterró en el cementerio viejo situado al otro lado de la rambla.

La mortalidad infantil estaba muy extendida. A los infantes muertos se les denominaba mortitxols o mortitxolets y, en algunas ocasiones, se les hacía una fotografía con el fin de tener un recuerdo. Existía la costumbre cuando moría un niño de ir a bailar y a cantar a la casa donde se había producido el óbito. Este ritual se aceptaba como una tradición, aunque no fuese con mucho agrado. Esta costumbre desapareció en Petrer a raíz de que Presentación Maestre Poveda, indignada por el hecho de que se bailara cuando fallecía un pequeño, echara de su casa a todos los que hasta allí habían acudido a bailar cuando murió su hijo a finales de la década de 1880. Todo el pueblo lo aceptó muy bien y en ese momento se acabaron los bailes en Petrer cuando fallecía un recién nacido. La tradición de estos bailes era propia de las zonas rurales  y a los fallecidos menores de siete años, se les llamaba ‘albat’ o ‘albaet’, adquiriendo este nombre por haber muerto en los albores de la vida. Se suponía que los familiares del pequeño fallecido debían de estar contentos porque no tenían ningún pecado y su alma iba al cielo. La mortalidad infantil era muy frecuente, mortixolets había todos los días.

El luto era llevado a unos extremos insospechables. Si el que fallecía era un familiar muy allegado (un padre, una madre, el marido, la esposa o un hijo) se llevaban 4 ó 5 años de luto riguroso. A finales de los años 20 por la muerte de un familiar muy cercano era frecuente llevar la cabeza cubierta con un pañuelo negro de grandes dimensiones -llegaba hasta la cintura- como mínimo 14 meses. También las mujeres se solían poner un manto entero que llegaba hasta la altura del vestido y un medio manto que llegaba hasta la cintura. A principios de los años 60 por la muerte de un padre se solía llevar velo un año y vestirse de negro tres años, aunque claro está que cada persona era un mundo, pero lo normal era que los periodos de luto se prolongaran en el tiempo. Transcurrido este tiempo se ponían el mig dol que consistía en llevar ropa de color gris o vestimenta negra con algunos detalles blancos. Había personas que no se quitaron nunca el luto y el duelo se convertía en permanente.

Cuando una familia guardaba luto y llegaba una fiesta señalada si tenían casa en el campo se iban al mismo y si se quedaban en el pueblo cerraban las puertas de la casa a cal y canto. En las casas que estaban de luto, tras la puerta, en las cortinas ponían una franja negra de un palmo de ancho a modo de orla que simbolizaba que estaban de luto. Cuando llegaban las fiestas en el balcón colocaban una sábana blanca con un crespón negro o con una franja negra. A los niños de tres años en adelante si fallecía un familiar muy allegado, la madre o el padre, lo vestían también de luto.

Durante el duelo no se podían exteriorizar manifestaciones alegres o divertidas y se guardaba el duelo hasta en las comidas. Las comidas típicas que se solían preparar con motivo de una fiesta (gazpachos, fasegures, dulces, etc.) se suprimían mientras duraba el luto.

En el caso de las viudas, cuando el marido moría, ellas mismas solían continuar con el negocio auxiliadas, generalmente, por otras personas, casi siempre hombres. Resulta curioso que el negocio continuara llamándose por el nombre del marido anteponiendo la palabra viuda.

Y, aunque el fin de la vida de las personas que queremos continúa siendo terriblemente doloroso, a pesar de que sabemos que es ley de vida, los tiempos que hemos descrito, como podemos ver eran otros, y, por suerte, hoy en día han cambiado.

La muerte es una constante en la vida y hasta aquí esta crónica un tanto negra y triste que refleja como era el final de la vida de los vecinos y vecinas de Petrer de antaño. Un tema un tanto tabú pero que es la realidad de nuestro paso por la vida: nacemos, vivimos y morimos.

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