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viernes, 3, mayo, 2024
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La Lechería de la calle Los Carros

En el momento en que la leche fue un producto más en los hogares españoles, las vaquerías y las lecherías empezaron a aflorar en la mayoría de los municipios del territorio español. A principios del pasado siglo era normal que ciudades y pueblos contasen con las suyas propias y, aunque muchas tenían sus establecimientos, era más que habitual que la leche se vendiera a domicilio

En las primeras décadas del siglo XX, en España, las vaquerías y lecherías cobraron gran auge, tanto en las grandes ciudades como en los pequeños pueblos. Eran negocios familiares que pasaban de padres a hijos o, en los pocos casos que no era así, a otros familiares o paisanos del mismo pueblo
No hay que olvidar que la leche no fue un producto habitual en los hogares corrientes españoles hasta finales del siglo XIX.
Como en muchos otros municipios, Petrer también contaba con varias vaquerías y lecherías que, principalmente, vendían la leche, no solo de vaca sino, también, de cabra a domicilio.
Una de ellas era la familia Espí-Payá, que vivía en la calle Los Carros, actualmente calle Elche y que, hasta principios de los años 40 del pasado siglo, sólo se dedicaba a la agricultura. Además de labrar y sembrar las 10 taullas de huerta que tenía en propiedad, en lo que hoy es la zona de El Campet, concretamente, en la Plaza de la Unión de Festejos, también, se encargaba de las tierras que eran de la Iglesia.
El cabeza de familia, Francisco, conocido como Quico, contaba con un carro, dos mulas y una burra con las que no solo realizaba las labores agrícolas sino también otros menesteres como portar las piedras con las que se construyó el Cementerio Municipal.
No fue hasta la segunda mitad de la década de los años 30 del pasado siglo, momento en el que el padre fue llamado a filas al estallar la Guerra Civil, cuando empezó a contar con cabras.
En un principio, fueron sólo cuatro cabras para el abastecimiento de la familia ya que cuando el patriarca se fue a la Guerra, dejaba en Petrer a su esposa María y a tres hijos, Francisco, José y Anselma Espí Payá que era un bebé de pocos meses y que ahora nos cuenta la historia de la lechería.
Durante los años de la contienda, fue uno de sus hermanos, Francisco, el que con sólo siete años se encargaba de sacarlas a pastar, cuidar y ordeñar esas cabras. Era una época en la que muchos alimentos de primera necesidad escaseaban, por lo que el pequeño Francisco llegó a un acuerdo con los propietarios del Casino Gran Peña, a cambio de azúcar, él les abastecía de leche.
Pero no fue hasta que el padre de Anselma regresó de la Guerra, cuando la leche se convirtió en uno de los sustentos de la familia ya que adquirieron más cabras, llegando a tener alrededor de 50 cabezas.
Anselma se encargaba de repartir la leche en muchos domicilios de Petrer. Cargaban las botellas de leche en el carro y, tanto por la mañana como por la tarde, iban vendiéndola. Eran otros tiempos y el líquido blanco no se podía guardar para el día siguiente por lo que su madre, con el sobrante, hacía quesos frescos que solían vender a los vecinos más cercanos.
Tiempo después, cuando ya eran mayores, el padre decidió prescindir de las cabras y compró varias vacas. A diferencia que con la leche de cabra que la vendían en botellas, con la de vaca recurrían a las lecheras, siguiendo con el reparto a domicilio, no sólo en Petrer sino, también, en la vecina localidad de Elda.
Mientras ella y sus hermanas, Consuelo y María, eran las que vendían la leche, sus hermanos se encargaban de la alimentación y ordeño de las vacas. Anselma recuerda que, en esos años, las jornadas de trabajo eran interminables y, en ocasiones, se alargaban hasta bien entrada la noche.
Pero, sobre 1952, ante el poco rendimiento de las vacas, el padre decidió prescindir de ellas y que el negocio de la lechería se centrase en la leche de cabra por lo que adquirió bastante cabezas de ganado caprino.
En ese momento, como ella y sus hermanas eran aparadoras, fue su madre María la que se encargó del ganado junto con su padre y, aunque todavía vendían a domicilio, eran muchos más los vecinos que se acercaban a la casa de los Espí-Payá a comprar la leche.

EL AGUA DE LAS FUENTES
Fueron años duros para muchas familias, como la de Anselma Espí, porque además del reparto de la leche a domicilio, cada día tenían que acercarse a las fuentes a por agua para el consumo de la casa, el aseo de la familia y, también, para el ganado. Unas tareas que realizaban de punta a punta del año, no sabían lo que era estar de “brazos cruzados” ya que la situación de esa época no se lo permitía.
No hay que olvidar que la casa de la familia Espí-Payá se encontraba alejada del centro urbano en aquella época, más o menos, en lo que hoy es el Parque Infantil de Tráfico, y no disponían ni de luz eléctrica ni de agua.
Tenían dos casas, una para vivir y la otra era el establo del ganado, y ambas necesitaban agua para subsistir.
Así que cada día, hasta que llegó el agua potable en 1960, tenían que ir a buscarla a las fuentes públicas del pueblo aunque, cuando ésta no salía, algo que podía suceder, subían al “Salitre”.
Para el consumo de la familia se abastecían siempre de las fuentes, llenando tinajas, cántaros, cubos y botijo y a las mulas y burros los subían al abrevadero que se encontraba en la zona de las Escuelas.
Normalmente, recurrían a las acequias del Canal de Villena, que pasaba cerca de la casa de la familia de Anselma, a la lavar la ropa, utilizando una tabla de madera, y a fregar pero, también, llenaban cántaros, cubos y tinajas porque cuando se tenía que llenar la balsa el Lido de Elda, no se les permitían utilizar el agua de ese canal. Esos días, subían al lavadero municipal a lavar la ropa y recurrían al agua de los recipientes que habían llenado con agua de la acequia para fregar.
Aunque para muchos cueste creerlo, el padre de Anselma mantuvo la lechería activa hasta principios de los 80. Una vez falleció, ninguno de sus hijos quiso seguir con el negocio y la Lechería cerró sus puertas para siempre.

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