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viernes, 19, abril, 2024
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La Gurrama, una finca agrícola con museo etnológico

Reportaje de: Amparo Blasco Gascó y José Antonio Esparcia

Recorriendo el caserón de la Finca La Gurrama, uno puede llegar a imaginarse como vivieron las distintas familias que, desde hace más de tres siglos, han sido propietarias de esta heredad. Quedan huellas de las diferentes etapas que tenido La Gurrama desde finales del siglo XVII

La finca de la Gurrama se extiende por una superficie de alrededor de 900.000 metros cuadrados, entre montes con miles de pinos, principalmente, y bancales de almendros, cerezos y olivos. Una finca en producción que con toda probabilidad las más grandes que encontramos en el término municipal de Petrer, por no decir, la más grande.

Una heredad con más de 330 años de historia documentado aunque puede ser que tenga una vida de unos cuatro siglos, siendo en la actualidad propiedad de los hermanos Pedro y Herme Amat Pérez.

Una finca que, según fuentes documentales, a finales del siglo XVII ya estaba en explotación, siendo, en ese momento, propiedad de Melchor Maestre.

Desde esa fecha y hasta el día de hoy, han sido varios los propietarios de esta finca aunque hasta el pasado siglo XX siempre estuvo en manos de la familia Maestre, siendo José Candel, pariente lejano de Melchor Maestre el último propietario de esa saga y el que se la vendió a Julio Beneit Navarro.

Meses antes del inicio de la Guerra Civil, adquiere esa heredad Ricardo Pérez Lasaleta que tras fallecer a finales de la década de los 40, su viuda pone en venta “La Gurrama” y es adquirida por Heliodoro Vidal Bonmatí.

En esos años, contaba con una ganadería de una docena de cabezas de toros bravos, cinco mansos y una treintena de vacas con el sello de “La Gurrama”.

Su actual propietario, Pedro Amat, recuerda como despertaba gran sorpresa y admiración la hija de Heliodoro Vidal, Mª Teresa, cada vez que esta joven pelirroja bajaba al pueblo montada a caballo.

Además, sonríe mientras relata la orquesta que amenizó una fiesta que organizó la familia Vidal Bonmatí y a la que asistieron los vecinos de las fincas cercanas de los alrededores de “La Gurrama”.

A finales de la década de los 50, la vida social de esta finca tomó auge a raíz de ser adquirida por Carmen Solano de Aza que pertenecía a la alta sociedad madrileña así como su siguiente propietario, su cuñado Felipe Gómez-Acevo Santos.

Fue a este aristócrata madrileño a quien, según confirma Pedro Amat, se le debe algunas de las mejoras que beneficiaran a la finca como la construcción de la carretera para subir desde Petrer que, por aquel entonces, era un camino y, además, participó en los trabajos que se llevaron a cabo para alumbrar el Pozo del Esquinal.

En los años que Gómez-Acevo fue propietario de esta heredad, la finca contaba con cultivos de vides y algunos almendros y olivos y fue, en esa época, cuando se plantaron los pinos que, actualmente, bordean la casa.

Desde hace ya casi medio siglo, concretamente, desde el año 1973, “La Gurrama” es de la familia Amat-Pérez, tras adquirirla Pedro Amat Beltrán.

Es en ese momento en el que la producción agrícola vuelve a tomar protagonismo y, además, con los años se convierte en Coto de Caza como muchas otras fincas del término municipal de Petrer, siendo el Club de Cazadores de Petrer quien asume el mantenimiento, realizando una gran labor con la creación de bebederos, entre otras actuaciones, que Pedro Amat destaca de este colectivo.

El agua no falta en esta extensa finca lo que facilita la actividad agrícola en la que destacan las cerezas, los almendros y los olivos, algunos de ellos centenarios y junto con el caserón convierten a “La Gurrama” es todo un enclave con gran valor patrimonial.

Todo lo que allí se cultiva es ecológico, en esa finca no se sabe lo que es un fertilizante o abono químico, las tierras las trabaja Alfredo Bañó, recibiendo la propiedad un tanto por ciento de la producción o cosecha que, entre risas, Pedro Amat comenta que un poco más y le cuesta dinero del bolsillo.

Hablemos ahora de ese gran caserón, cuando uno entra enseguida es consciente de los siglos que esa vivienda lleva en pie siglos. Prueba de ello son algunas de las vigas que, realmente, son troncos talados sin más, sin pasar por la serrería.

Conforme las necesidades del momento, la casa iba ampliándose, de ahí, que encontremos infinidad de habitaciones, de recoveros, de dos escalones aquí y tres allá. Y en cada uno de esos habitáculos, un mueble, una cama, una lámpara o un cuadro nos desvelan que el paso de los años ha dejado huella en ella.

En ese recorrido por el caserón nos podemos encontrar todo tipo de aperos agrícolas, hoy en desuso, planchas de carbón, sillas de montar, capazos y un sin fin de artículos que, en la actualidad, bien podrían estar expuestos en una sala de un museo etnológico.

A La Gurrama no le falta ni el cobertizo en lo alto del caserón con gruesos troncos sosteniéndole como verdaderas vigas. Un cobertizo en el que encontramos el palomar abandonado desde hace décadas y décadas.

Corrales, silos para guardar el grano de las cosechas y hasta un horno de brasas junto a una gran chimenea y en el que la madre de Pedro, Herminia Pérez, cocía el pan cuando pasaban tiempo allí, especialmente, en los meses de verano.

Quizá hoy en día el sótano en la sala más usada porque es el lugar de encuentro de comidas de amigos y familia. Un sótano presidido por una gran chimenea que se ha acondicionado para ese tipo de reuniones.

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