Crónicas del Lluna (nº4)
Hoy no llego a deducir un provecho, de qué nos valió potenciar
nuestra amargura, si al final nos sentimos tan atropellados como el
resto de inocentes. Aquellos ciegos que, de repente, avistando un
repentino hambre, milagrosamente empezaron a ver.
Ellos, que siempre
supieron que siempre robaron pero nunca les importó porque su
generación había parido una democracia idílica que desembocaría
con seguridad en el “todo va bien” y en el colorín colorado.
Allí en el Lluna opinamos diferente desde el primer trago y
asimilado un hipotético final teorizamos sobre qué ocurriría
después de tal cuento, que en nuestros oídos y en sus altavoces ya
campaban supuestos futuros que el tiempo terminaría por conceder.
Como auténticas profecías serán recordadas las letras de canciones
de grupos de música con nombres a veces malsonantes y desconocidos
siempre para las listas de éxitos. En manos de nuestros hijos,
volverían a ser el constante hilo musical con el que formar un
espíritu crítico envuelto en sentimientos opuestos al futuro que
nos vendió la tele, los hogares, los colegios.
Nosotros oímos a
nuestros padres, a los maestros y a los medios pronunciar frases de
contenido incendiario y radical según sus propios pareceres años
atrás. Proclamas calcadas a las que en los institutos tildarían de
equivocadas. De nada nos arrepentimos, ni de pintadas ni de cristales
rotos.
Aquellos que nos iban tachando de locos terminaron proclamando
las mismas consignas de unas canciones que nosotros ya teníamos en
los talones como una digestión ya procesada donde a tu cuerpo hace
tiempo que no ha vuelto a entrar nada mientras ellos se disponían
entonces a dar el primer bocado.
Se atragantaron porque fue demasiado
excremento para tan poco papel de plata. Se atragantaron con la
realidad y continuaron ahogándose en su propio asombro: cómo
pudimos llegar a esto.