Vuela la O hacia la oscuridad de una noche sin luna, mientras la L encalla en limos insondables, alejados de toda luz. Se pervierte la V pues en ese instante el vacío ha condensado átomos de inexistencia y la I se vuelve innombrable en unos labios por los que ya no vadea palabra alguna. Acuden con la D aquellos demonios que se apoderan de la profunda sima de la memoria, hasta que regresa de nuevo la O para ocultar el final en un cuerpo preso de ausencias.
Ya no habrá nada más.
Solo el OLVIDO hecho de trazos de eternidad.
VERÓNICA MARTÍNEZ AMAT