Solo utilizaba el dedo índice para mover la pantalla, durante las horas muertas que pasaba mirando el móvil. Al fin llegó lo que tanto había deseado: que los hijos se independizasen —otra vez—, que los nietos no la necesitaran y jubilarse. Pero hacer lo que le apeteciera no resultaba fácil. ¿Echaba de menos su vida anterior? ¡Qué va! Solo que no sabía qué hacer con tanto tiempo libre. ¿Salir a andar? ¿Con este calor? ¡Qué pereza! ¿Ir al mercado? ¡Qué caro! Solo si no hay más remedio. ¿Limpiar? Sobre limpio no apetece. Su vecina le habló del Facebook. Te enteras de todo, dijo, hasta puedes aprender algo. Y así mataba las horas, deslizando y criticando: Pero dónde va esa, con los años que tiene. Este no es más tonto porque no entrena. Ya está aquí la moderna de todos los días. ¡Qué pesada, señor! Cada día publicando lo que come, lo que bebe, lo que corre, la zumba, la gimnasia. Haciéndose la guay y tendrá mi edad. Un año después la moderna se despidió: Misión cumplida. Cuarenta kilos menos. La receta: disciplina y constancia. Luego dicen que en Facebook no se aprende nada. ¿Y si ella se animara?
Por: Victoria García
